Apalear atunes
El trabajo de la boga
en el servicio penal de galeras
La actividad principal
de la chusma (forzados y esclavos) de las galeras fue la boga. Los remeros, como
auténticos propulsores del buque y bajo la dirección del cómitre, desarrollaban
con sus propias fuerzas el desplazamiento de la nave, bien por la ausencia de
viento o por exigencia militar, siempre bajo la coacción del látigo o el
bastón.
En
galeras no se empleó la palabra remar, sino la de bogar, acción que se
denominaba hacer la palamenta, cuyo
ritmo era marcado por el cómitre mediante un silbato. Básicamente, se producían
tres fases en la acción de la boga: durante
la primera, todos los remeros se ponían en pie sobre la banqueta, al tiempo
que empuñaban el remo y tendían los brazos y el cuerpo hacia popa. Durante la segunda, se debía empujar el
remo hacia la popa de la galera, para sacar en esta secuencia la pala del
agua y orientarla hacia proa. Aquí, el bogavante daba un paso adelante poniendo
el pie derecho sobre un peldaño, en tanto el otro quedaba apoyado en el banco.
En este movimiento alargaba su cuerpo y brazos hacia popa, mientras los otros
remeros de su banco daban el mismo paso, dependiendo su extensión de su
proximidad al bogavante. A continuación,
todos los remeros caían sobre el banco manteniendo tensos sus brazos,
describiendo con el remo un círculo, al tiempo que hundían la pala en el mar, para
presionar con este giro el agua e impulsar la galera. Por último, echaban el cuerpo hacia delante hasta que el guion del remo
llegaba a su límite. Al siguiente silbido, los galeotes volvían a iniciar
el proceso de boga.
Existieron además
diferentes estilos de realizarla, todos ellos en función de la exigencia de la
maniobra a realizar. Siguiendo a Olesa Muñido, podemos hablar de cinco estilos
básicos, todos ellos en función de la
velocidad requerida, siendo el más exigente el “pasa-boga”, donde los
remeros debían desplegar con toda presteza el guion de su remo hasta tocar el
banco delantero.
Junto
a todos estos estilos de boga, existieron otras maniobras en función de
circunstancias especiales. Una de ellas, quizá la más agotadora, fue la llamada
“bogar sobre hierro”, realizada durante los temporales, cuando la galera se
refugiaba y anclaba en un abrigo de la costa. Entonces, sometida la nave a los embates del viento, se bogaba
denodadamente contra éste para evitar la ruptura del cable del ancla e impedir que
la embarcación acabara embarrancada o estrellada contra las rocas.
El remero
debía ser entrenado convenientemente para quedar acoplarlo al conjunto de la
chusma,
sólo así se conseguía que la acción de la boga se realizara como si una sola
persona la ejecutara. Mateo Brizuela plasmó cómo el remero se transformaba en un auténtico autómata, pues nada más
oír el silbato del cómitre, sabía “todo lo que se ha de hacer”. Incluso
dormido, el remero continuó soñando cómo el cómitre hacía soplar su chifle para
acabar reventados, “muertos de hambre y sudando”. Unas sensaciones que durante
su estancia en galeras y, aun años más tarde, bien podían seguir formando parte
de sus pesadillas.
Una buena boga sólo se podía lograr mediante un
entrenamiento adecuado al resguardo del interior de un puerto. El remero novel, nada más sentarse en el
banco se encontraba con un largo remo de aproximadamente trece metros, en cuyo
extremo se hallaban las manetas o agarraderas, en las que debían introducirse
las manos para aplicar su fuerza y mover el remo. Esta actividad sería la
principal de los recién llegados, pues sólo los remeros veteranos y fornidos
fueron los encargados realmente de realizar la maniobra de la palada. Los
aprendices, además de tener que familiarizarse con el instrumento de la boga,
debieron aprender todo un vocabulario completamente desconocido para ellos.
Así, palabras como “luchadero”, “estrobo”, “escálamo” o “guion”, pasaron a
engrosar la jerga del nuevo remero.
Vía| MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Manuel. Los forzados de Marina en la España del siglo XVIII (1700-1775).
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