Las galeras, por ser naves de recorridos
cortos, no tuvieron problemas para aprovisionarse de víveres y agua; si bien, el escaso espacio disponible
hizo que este producto nunca fuera abundante.
En épocas de campaña, la cocina se montaba sobre la cubierta de la galera por medio de un fogón colocado
en el intersticio de dos bancos de remeros, apoyado con un gran trébede de
hierro sobre un montón de arena, que hacía de aislante con la madera. Artilugio
que en campañas militares no se podía encenderse y obligaba a ingerir las
comidas en frío.
La base de la alimentación
de la chusma consistió en una ración diaria de 26 onzas del llamado bizcocho o
galleta de mar, un pan medio fermentado amasado en forma de pequeña torta, que
para evitar su fermentación se cocía dos veces, hasta convertirlo en una masa tan
dura, que para poder consumirla había que mojarla “con la misma agua del mar”, suponiendo
un auténtico martirio para aquellos que tenían una dentadura enferma o padecían
de escorbuto.
La galleta o bizcocho de mar |
El viscocho carcomido,
lleno de gusanos, seco.
Agua corrupta hedionda,
todo por onças y peso.
Las habas ençapatadas
con su espaldar y su peto,
en agua sin sal cozidas,
en un muy suzio caldero,
del comite el rebencazo
que lleva carne y pellejo.
Es de nuestra triste vida,
el miserable sustento.
También fueron objeto de “alabanzas” los manjares que
se servían en galera, cuando el autor del Galeote de Sevilla, describía dicho
menú en unos términos muy similares:
Mi comida ansias extrañas;
Poco pan, negro, podrido,
Do el gusano regordido
Y sucias chinches y arañas
Hacen habitanco y nido.
Pan de diez años de afan,
Cernido con mala harina;
¿Puede ser mayor mohina
Que entre la costra del pan
Hallemos la chinchelina?
Jesucristo me socorra
Con favores soberanos;
Cuando en la costra hay
gusanos,
¿Qué no habrá en la mazamorra?”
Dependiendo
de la época, los calderos de la escuadra española de galeras del Mediterráneo
variaron en función de diferentes condicionantes. En 1705 por ejemplo, la
comida caliente se redujo en las galeras sencillas a un caldero diario compuesto
por “9 celemines de habas o tantos de garbanzos en su suplimiento de ellas, o
46 libras 12 onzas de arroz con una libra y 8 onzas de aceite”. Además, se les
proporcionaba a los remeros en las tres pascuas y carnetolendas, una ración de
6 onzas de tocino y dos cuartillos de vino, género que también se suministraba
tras la realización de un sobreesfuerzo con ocasión de temporales o de acciones
bélicas. “Ración de trabajo” que se
reglamentó en abril de 1722, cuando se consolidó la ración alimenticia con la
introducción del vino o un sustitutivo de éste, así como con el aumento de la
proporción de bizcocho y de habas; de tal forma, con lo que en ocasiones se
llegó a suministrar la ración de cabo.
En los periodos de escasez, el agua debió sustituir al
aceite, manteniendo las habas como alimento básico por ser más baratas que los garbanzos,
siendo frecuente que el caldero proporcionara un caldo de habas mal cocidas y
duras; y, aunque durante el siglo XVII hubo un intento de sustituirlas por arroz,
hubo de volver a ellas por poseer una aportación vitamínica. Otro inconveniente
al que se tuvo que hacer frente, estuvo en el deterioro de los alimentos por el
paso del tiempo y la acción de la humedad y el calor, lo que les daba un aspecto tan repugnante, que debía
ser vencido “a impulsos de la necesidad”
Suma de la vida
infernal de galera
Bien hizo estrecha vida el padre Bruno,
tienen religiosos gran paciencia;
mas poco hazen semejante ayuno
que aqueste es mas que qualquier abstinencia.
Todos mueren de hambre uno a uno
y de continuo açote y penitencia.
Ved si puede llamarse aquesta vida,
que a dar la muerte a si proprio convida!
De Tantalo las penas y el castigo
padecen los que allí sobre el agua mueren,
secos de sed; y a fé que soy testigo
que muertos por bever, a palos hieren;
seys barriles llevar suelen consigo,
no bevan los ministros gota quieren,
van midiendo un barril y otro barril,
y si agua falta, les dan palos mil.
Que martirio, que pena y que tormento
puede venir igual a tal pobreza,
que no bever y estar siempre sediento,
ni poder ablandar tanta dureza;
abrasados del sol y seco viento
sin abaxar al agua la cabeza;
creed a mí que lo he provado en lleno,
que bevería vogando uno veneno
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